Guillermo López Lluch
Investigador del Centro Andaluz de Biología del Desarrollo, y profesor de la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla.
Redacción Balance
El filósofo griego Aristóteles y el médico romano Galeno consideraban que la vida dependía de un calor interno, de manera que la disminución de ese calor interno acompañaba al envejecimiento del hombre. Sin saberlo, ambos, hace miles de años, estaban asociando el envejecimiento con una disminución en la capacidad de crear energía en nuestro cuerpo. Hoy ya sabemos que las reacciones internas de nuestras células para generar y utilizar la energía están directamente relacionadas con los problemas que acompañan a la acumulación de años. Conforme avanzamos en edad, nuestras células van perdiendo progresivamente la capacidad para utilizar la energía que aportamos a través de los nutrientes y para fabricar nuevos componentes que las vayan renovando y regenerando.
Para que nuestro cuerpo utilice la energía que se encuentra en los alimentos que consumimos es necesaria la actividad de unas estructuras celulares llamadas mitocondrias. Las mitocondrias utilizan al máximo la energía que se encuentra principalmente en azúcares, aminoácidos y grasas para crear una molécula, el ATP, que es utilizada en todas las reacciones necesarias para que la célula siga viva. Para ello, las mitocondrias necesitan de otra pequeña molécula, el coenzima Q10. El coenzima Q10 es una sustancia grasa presente en las mitocondrias y en todas las membranas celulares en las que actúa en procesos esenciales para la supervivencia de la célula.
El coenzima Q10 también es una sustancia importantísima en las reacciones que evitan la oxidación de la célula. En nuestras células ocurren múltiples procesos que producen daños en las moléculas que las componen. Para evitar estos daños, una serie de moléculas y de enzimas actúan como antioxidantes que evitan estos daños. Dentro de estos antioxidantes, el coenzima Q10 es esencial en la prevención del daño oxidativo que afecta a membranas y lípidos. Entre estos lípidos hay que incluir al colesterol que es transportado por todo el organismo a través de la sangre. En las partículas que transportan el colesterol, las famosas HDL y LDL, también encontramos coenzima Q10 y tocoferol que actúan evitando la oxidación de este colesterol y, por tanto, la aterosclerosis directamente relacionada con esta oxidación, especialmente la de las LDL.
Por todo ello, mantener unos niveles de coenzima Q10 en el colesterol de la sangre es esencial para evitar su oxidación y prevenir las enfermedades cardiovasculares. La actividad física parece estar relacionada con esta prevención, no solo por los conocidos efectos positivos ya descritos en múltiples estudios científicos, sino por el hecho de que un reciente estudio nos ha permitido demostrar que los niveles de coenzima Q10 en la sangre aumentan cuando se mantiene la actividad física a edades avanzadas (Estudio de la relación de la actividad física y el envejecimiento con parámetros bioquímicos y antioxidantes en sangre). Hemos encontrado que con estos altos niveles de coenzima Q10 en sangre previenen la oxidación de las grasas y de las LDL. Por otro lado, el sedentarismo provoca un descenso de los niveles de coenzima Q10 incrementando los niveles de LDL y de lípidos oxidados en la sangre. Por tanto, mantener la actividad física a edades avanzadas es importante para prevenir el desarrollo de las enfermedades cardiovasculares.