Diversas investigaciones han mostrado que una vida social activa y el apoyo de las relaciones sociales construidas a lo largo de la vida juegan un importante papel en el logro de un envejecimiento saludable (Mendes de León et al., 2001, Fratiglioni, 2000, Otero et al., 2006), beneficiando a partir de la integración y participación en actividades comunitarias y propiciando la continuidad en un rol social activo. Los resultados del estudio de Otero et al. (2006) realizado con muestra española confirman que las redes sociales protegen y ayudan a mantener la capacidad de realizar las actividades cotidianas necesarias para una vida independiente. La participación comunitaria es muy beneficiosa y los vínculos juegan un papel significativo en la reducción de la incidencia de la discapacidad, y las relaciones sociales tienen una asociación positiva con la salud mental de las personas mayores.
Una vida social activa, con una buena red social y con participación en la vida comunitaria protege de la mortalidad y predice el mantenimiento de la capacidad funcional y de la función cognitiva, retrasando, por ende, la dependencia (successful aging, en palabras de Rowe y Kahn, 1997). Un entorno idóneo para esa participación social y comunitaria lo ofrecen los programas intergeneracionales.
FUENTE:X Congreso Nacional Psicología Social. Un encuentro de perspectivas. Mariano Sanchez et al. (2007)
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